Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) ganó ayer el Premio Nobel de Literatura 2022 “por la valentía y la precisión clínica con la que revela las raíces, el extrañamiento y las limitaciones colectivas de la memoria personal”, según la célebre frase con la que el jurado sueco justifica su decisión cada año.
Poco después de las cinco de la tarde, la escritora francesa ofreció una rueda de prensa en la sede de su editorial, Gallimard, en el Banco izquierdo de París. Llevaba una blusa oscura y jeans. La novelista no defraudó a la legión de periodistas nacionales y extranjeros que la esperaban en la sala azul, un espacio noble de planta circular. Ernaux fue muy claro, humilde y combativo, un intelectual comprometido en estado puro . No esquivó ninguna pregunta. La acompañaba el patrón de la casa, Antoine Gallimard. Creyeron en ella desde que en 1973 les envió por correo su primera novela.
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“Siento algo inmenso”, dijo la ganadora del Nobel para describir su estado de ánimo, pero enseguida enlazó con un discurso de compromiso y responsabilidad. “Espero seguir escribiendo”, repitió varias veces. “Es mi responsabilidad continuar”, insistió, y recordó que siempre ha concebido su obra “desde mi condición de mujer”, muy sensible a “la dominación laica” que ha sufrido el género femenino y que -advirtió- continúa “de formas extremadamente diferentes, algunas más blandas y otras más duras.
La autora se mostró dispuesta a “continuar la lucha contra las injusticias, sean las que sean, en relación con las mujeres o lo que yo llamo los dominados”. “Mi trabajo es político, sin duda”, admitió. Para ella, la literatura cumple una función social y es “un medio de conocimiento”. “Es cierto que ahora siento una nueva responsabilidad”, confesó en referencia al recién obtenido Premio Nobel.
Ernaux se describió a sí misma como una hija de la Segunda Guerra Mundial. Aunque apenas fue consciente del conflicto, siempre la ha afectado porque ha quedado “en el recuerdo más profundo”. “El deseo de paz siempre me animó”, dijo. “No es justificable que los hombres maten a otros hombres”, agregó.
“Espero seguir escribiendo, es mi responsabilidad; mi trabajo es político, sin duda”, dice el ganador
Le preguntaron por la revuelta de mujeres en Irán y la escritora no se mordió la lengua. “Estoy a favor de que el islam se rebele porque es una imposición”, dijo Ernaux sobre su velo, aunque defendió la libertad de llevarlo, también en Francia. Sobre el auge de la extrema derecha en Suecia e Italia, reconoció que le preocupa “mucho”. “La extrema derecha, en la historia, nunca ha sido favorable a las mujeres”, recordó.
A Ernaux le pilló la noticia del Nobel en la cocina. Se enteró por la radio. No sabe qué hará con el dinero porque “no sé gastar en cosas inútiles”. No sabe si el presidente Emmanuel Macron la llamó para felicitarla -lo hizo en un tuit- porque desconectó el teléfono. “Llevar la etiqueta” de Nobel le impone un poco, pero su objetivo es seguir inspirándose “en la evolución de la sociedad y el paso del tiempo”.
Nacido en el seno de una familia de origen proletario, Ernaux ha construido una poderosa obra, influida por la sociología y sin concesiones a la ficción –más allá de cambiar algunos nombres–, que refleja una vida marcada por las grandes brechas de género, lengua y clase. Autodefinida como una “etnóloga de mí misma”, debutó con los armarios vacios (1974), donde narra la ruptura social que supuso para ella ir a la universidad. Se dio a conocer con su cuarto trabajo, El lugar (1983), un retrato despiadado de su padre que opta, como ella misma dice, “por la escritura fáctica, usé las palabras de mi padre, yo no quería hablar”. Ese es el estilo aparentemente frío y minimalista que más la ha caracterizado, el mismo que utilizó, por ejemplo, para retratar los diferentes rostros de su madre, un año después de su muerte, en Una mujer (1987) o, años después, en no he dejado mi noche (1997), donde habla de su Alzheimer.
Sus lectores la ven casi como un miembro más de la familia, ya que la han acompañado a lo largo de sus libros, ayudando en la tienda de comestibles de sus padres, ascendiendo de clase social al casarse, hacerse mayor… Conocen los horrores de quien fue su padre. poder (La verguenza, 1997, donde intenta matar a su esposa), se han visto conmocionados por el escenario de su aborto clandestino (El evento 2000, cuya adaptación cinematográfica ganó el León de Oro de Venecia el año pasado), y también la han seguido en sus pasiones (en Pura pasión, de 1992, y perderse, desde 2001, sus relaciones secretas con diplomáticos orientales; en La ocupación, a partir de 2002, la vemos poseída por los celos; en El uso de la foto. 2005, enferma de cáncer, fotografía escenas de la vida cotidiana con su amante; en memoria de niña, de 2016, narra su primera vez en un campamento de verano).
Han llorado su matrimonio gris (La mujer congelada, 1991) y han visto, con él, desfilar todo el siglo XX y parte del XXI, la política, las canciones, las costumbres, la tecnología (Los años, 2008, una autobiografía colectiva)… En Mira las luces, mi amor (2014) incluso la hemos acompañado en sus viajes -tomando notas- al hipermercado Alcampo. En enero, el documental Los súper 8 años, donde Ernaux narra su vida a través de imágenes grabadas con una cámara casera.
La escritora destaca el peso del impulso feminista en su obra y anima al islam a rebelarse contra el velo
Claramente de izquierda, ha apoyado a Jean-Luc Mélenchon y, sobre todo, a los chalecos amarillos. El presidente Emmanuel Macron -tan criticado por ella- se mostró caballeroso, como corresponde, y dijo que Ernaux es “la novela de la memoria colectiva e íntima de nuestro país. Su voz es la de la libertad de la mujer y de los olvidados del siglo”.
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