Que el cambio climático y la salud están relacionados es algo que nadie cuestiona tras el verano infernal que acabamos de vivir en Europa. El de 2022 ha sido el más caluroso desde que hay registros, con temperaturas medias de 1,34 ºC por encima del periodo de referencia 1991-2020 según el Servicio de Cambio Climático de Copernicus. Ha hecho un “calor para morir”, literalmente.
Y es que, aunque todavía no hay datos a nivel europeo, en España ya tenemos constancia de que los 42 días de ola de calor registrados este verano han producido un exceso de mortalidad. De acuerdo con él sistema de seguimiento de la mortalidad (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III, 4.655 de 20.291 muertes de junio a septiembre son atribuibles a la temperatura. Eso es casi 4 veces más de lo que ocurren en un verano normal en España.
Sin embargo, la diferencia entre estas dos cifras también pone de manifiesto que no toda la mortalidad que se produce en una ola de calor se debe a la temperatura. Los efectos del cambio climático en la salud van más allá de los atribuibles al exceso de calor.
La falta de agua y los incendios nos enferman
Las altas temperaturas de este verano han contribuido a que estemos padeciendo una sequía en España que no se recuerda desde 1995. Lo hemos notado en que nuestros pantanos han llegado a tener un volumen embalsado de sólo 39,2% de su capacidad total. Lo que menos se sabe es que estas sequías, además de sus evidentes impactos sobre el sistema agrícola y ganadero, también tienen una consecuencia directa ya corto plazo sobre la salud.
Las sequías aumentan la morbilidad y mortalidad a corto plazo por causas circulatorias, respiratorias, renales e incluso enfermedades mentales, aumentando también las enfermedades transmitidas por la falta de agua y su menor calidad.
La cosa no acaba ahí. La combinación de altas temperaturas y sequía ha contribuido significativamente a los incendios forestales que hemos sufrido este verano, con 254.000 hectáreas de territorio arrasadas. Es el peor dato de la década con casi 5 veces más superficie que el récord de 2012. Pues bien, como ocurría con la sequía, los incendios forestales también tienen un efecto a corto plazo sobre la salud que hasta ahora no ha sido adecuadamente monitoreado por la vigilancia de la salud pública.
Investigaciones realizadas en nuestro país indican que los incendios forestales afectan la mortalidad por causas cardiovasculares y respiratorias, en nacimientos prematuros y bajo peso al nacer en lugares lejanos hasta cientos de kilómetros del lugar del incendio.
Todos estos eventos extremos se originan y retroalimentan de la existencia de determinadas situaciones meteorológicas, dos en el caso de España. Por un lado, el bloqueo anticiclónico, que implica ausencia de viento y alta insolación. Por otro, la entrada de aire muy seco cargado de polvo del Sahara.
Esta combinación promueve altos niveles de contaminación del aire, especialmente partículas de menos de 10 micras de diámetro (PM10) y ozono troposférico. Nada trivial teniendo en cuenta que el contaminación atmosférica Se ha relacionado a corto plazo con 10.000 muertes/año solo en España.
Más enfermedades transmitidas por mosquitos y garrapatas
No solo tenemos problemas en verano. A lo largo del año, el cambio climático modifica las condiciones ambientales de humedad y temperatura. Y esto hace que se redistribuyan y aumenten enfermedades transmitidas por mosquitos como el dengue, el chikunguya, el zika o el virus del Nilo. Pero también enfermedades relacionadas con garrapatas como la enfermedad Lyme y virus hemorrágico Crimea-Congo.
Los cambios climáticos también están modificando los procesos de polinización, alterando su estacionalidad y concentraciones, con el consiguiente impacto en los procesos alérgicos. Las enfermedades alérgicas son especialmente sensibles al clima: las condiciones más cálidas favorecen la producción y liberación de alérgenos en el aire (pólenes, esporas, etc.) que tienen efecto sobre las enfermedades alérgicas respiratorias y que, en algunos casos, pueden causar asma, enfermedad que ya afecta unos 300 millones de personas en todo el mundo.
Como si esto fuera poco, a nivel mundial, la cantidad de desastres naturales relacionados con el clima se ha más que triplicado desde la década de 1960. Cada año, estos fenómenos provocan más de 60.000 muertes, la mayoría en países en vías de desarrollo. El aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos cada vez más intensos y frecuentes destruyen viviendas, instalaciones médicas y otros servicios esenciales.
A esto se suma el hecho de que más de la mitad de la población mundial vive a menos de 60 kilómetros del mar y, en España, la población que reside en municipios costeros supera los 18 millones de personas. Esto significa que muchas personas pueden verse obligadas a trasladarse, lo que a su vez acentúa el riesgo de efectos en la salud, de los trastornos mentales a las enfermedades transmisibles.
La frecuencia y la intensidad de las inundaciones también están aumentando, y se prevé que la frecuencia y la intensidad de las precipitaciones extremas aumenten aún más este siglo. Es probable que la creciente variabilidad de las lluvias afecte los suministros de agua dulce, y la escasez de agua dulce puede poner en peligro la higiene y aumentar el riesgo de enfermedades diarreicas, que cada año causan aproximadamente 760 000 muertes de menores de cinco años en todo el mundo) . En casos extremos, la escasez de agua provoca sequías y hambrunas. En 2020, hasta El 19% de la superficie terrestre mundial se vio afectada por sequías extremas.
Migraciones climáticas para sobrevivir
La sinergia entre todos estos factores, especialmente en los países o zonas geográficas más desfavorecidas, está provocando la aparición de migrantes climáticos, más de 2 millones a día de hoy, de los cuales cerca de 900.000 se encuentran desplazados dentro de sus propios países. Se estima que en 2050 habrá alrededor de 200 millones de personas desplazadas en todo el mundo.
Es claro que ante este escenario, las acciones no deben estar dirigidas únicamente a la mitigación de emisiones. Es necesario un mayor esfuerzo de adaptación para minimizar la vulnerabilidad de las personas a los problemas de salud derivados del cambio climático.
La situación clama por sistemas de alerta temprana y vigilancia epidemiológica enfocada a la salud ambiental. Especialmente aquellas que permitan gestionar los riesgos asociados al cambio climático.
La mitigación, la adaptación y la gestión de riesgos son las herramientas de salud pública con las que contamos para enfrentar el mayor desafío ambiental y social que enfrentamos en la actualidad.
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