El financiero dos veces marcado por la muerte que asegura a millones de personas por cinco euros | Negocio

Un ataque al corazón repentino. Un coche. La carretera cruza Santiago de Chile. El conductor, de 44 años, pierde el conocimiento. Junto a él está su esposa. Detrás, su hijo, Eduardo della Maggiora, de 16 años. Lo acaban de recoger de las canchas de tenis. Es 1996. Sueña con ser profesional. El deterioro cognitivo de su padre, ingeniero de IBM, dura tres años. Cae la noche oscura. Él muere. La familia (Eduardo es el mayor de dos hermanos) siente el dolor de su ausencia y la preocupación económica. El partido de tenis termina. El mundo de su juventud desaparece. Accede a los estudios de Ingeniería Civil Industrial en la Universidad Católica de Chile. Es el primero de la clase. Concluye con 23 años, y el trabajo deja de ser un deporte. Firma por el banco JP Morgan. Cinco años en Santiago. Cinco años en Nueva York. Su geografía son las fusiones y adquisiciones en torno a las aseguradoras. “Era 2014 y estaba viviendo el sueño americano, soltero, trabajando en la inmensa metrópoli”, recuerda el banquero. Pero apenas 15 años después de la muerte de su padre, suena el teléfono en la ciudad del milagro dorado. Su madre sufre de una leucemia muy agresiva. Escucha un pronóstico de vida: cuatro meses. Debe regresar a Santiago.

Contra toda lógica médica, la madre sobrevive. La experiencia de la muerte lo cambia. Tal vez pensó —con ese profundo pesimismo de Ortega y Gasset— que todo hombre nace muerto. Deja la banca y viaja a Tanzania en 2014 como profesor voluntario de inglés y matemáticas. Allí narra lo predecible. Una comida al día (maicena y agua) para sus alumnos. Son niños bajo ese cielo sólido y miserable de la desnutrición. “Así que era un ogro. Tenía 35 años y pesaba 15 kilos más”, reconoce. Hoy es nervudo, pelo oscuro, barba de tres días, cerca de 1,85, empresario, 41 años, con la belleza de un actor de cine negro. Crea dos empresas sociales (PIC Parks, una plataforma para preservar las áreas verdes del mundo, y otra, Change Heroes, dedicada a construir escuelas en recaudación de fondos) que terminan fallando. “Toda una lección”, reconoce. Decide hacer deporte, adelgazar, llevar una vida sana. Un día (esta revelación ocurre en toda existencia de un emprendedor), subiendo en bicicleta a Farellones, una montaña cercana a Santiago, pensó: “Cómo quisiera que estos kilos que estoy perdiendo se conviertan en alimento para esos niños que enseñé”. ¡en África! ¡Cómo me gustaría que las calorías del deporte se transformaran en calorías de la comida! Así de loca era la idea”, narra.

Esta experiencia que abraza la vida y la muerte es el origen de empresa emergente Betterfly. Fundada por Eduardo (CEO) y su hermano Cristóbal (ex JP Morgan) en 2018. El nombre vuela con efecto mariposa. Pequeños cambios causan grandes impactos. La plataforma trabaja bajo tres pilares: propósito social, bienestar individual y protección financiera. Funciona en el “modo” de Netflix. Las empresas pagan una tarifa plana (unos cinco euros por trabajador) y ofrecen telemedicina, ayuda psicológica, asesoramiento financiero, herramientas para mejorar la calidad de vida, pero, sobre todo, seguros de vida para sus empleados. En América Latina, uno de cada 13 niños menores de 16 años pierde a su padre. Y el 90% de esas familias carecen de este tipo de cobertura vital. Betterfly es el tercer unicornio (una empresa valorada en más de 1.000 millones de dólares) chilena junto con Cornershop (adquirida por Uber) y NotCo. En una región donde hay unos 40 ejemplares. El 60% vive en Brasil.

Desde 2018 han ido levantando —según la jerga financiera— distintas rondas de capital. Empezó en Silicon Valley. Fue un exito. A pesar de la pandemia, en febrero de este año cerraron una línea de financiación —serie C— liderada por Glade Brook Capital Partners y con la participación de Greycroft Partners, Mundi Ventures, Lightrock, QED Investors y DST Global. En total, invirtieron en la insurtech (empresa de seguros y tecnología) 125 millones de dólares (unos 123 millones de euros, al tipo de cambio actual). el ya era un Unicornio. Aunque los dos hermanos siguen controlando la empresa. Y, también, la narrativa cinematográfica.

4.000 empresas

Eduardo logró cerrar esta ronda en una caravana varada en una playa chilena, donde pasó el confinamiento, junto a sus dos hijos mellizos de tres años, Mía y Max, y su mujer. “Lo hice con una simple conexión a internet y un teléfono móvil”, resume. “El mundo financiero es global”. Lecciones aprendidas en las páginas de JP Morgan. Porque los números son los esperados de una empresa que en apenas cuatro años ya es un ser mítico. La plataforma —según la firma— cuenta con 4.000 empresas (Santander, Coca-Cola, Samsung, pero también pymes), más de 600 trabajadores de 17 nacionalidades y la mitad del equipo son ingenieros. Por supuesto, Betterfly pierde dinero. Aunque este ejercicio espera que Chile ingrese a los números azules. Ahora crecen y crecen. Colombia, Ecuador, Argentina, Brasil, Perú, Portugal. “El sueño es hacerlo público. Sin embargo, todavía quedan un par de años para tomar esa decisión. Si pisar el suelo nos permite proteger a unos 100 millones de personas en 2025, lo haremos. La magia de nuestro modelo es que es por impactopero también con fines de lucro [por beneficios]”.

Acaban de abrir negocio en España a través de la compra de Flexoh. Una firma ligada a la retribución flexible. Han adelantado un año la llegada prevista —inicialmente— en 2023. Primero, con la idea de tener un grupo de 25 personas lo antes posible, y segundo, “entrar con el pie derecho”. Apóyate en un equipo local. Por eso, en julio, cuando las aceras están incandescentes, Eduardo della Maggiora asiste a las charlas de la Secretaría General Iberoamericana (Segib) en Madrid. Al día siguiente vuela a Miami. Allí vive. “Se ha convertido en un auténtico hub tecnológico”, subraya el emprendedor. Nace un nuevo unicornio en América Latina. Como todas las criaturas mágicas, son frágiles y galopan contra el tiempo. La meta está lejos y alcanzarla no es cruzar la calle como una melodía. Exige perfeccionar cada paso.

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