“El miedo antes de subir a un escenario no pasa con la edad”, dice el profesor Joaquín Achúcarro

Tocando el piano con una sola mano, el maestro Joaquín Achúcarro cerró la noche del martes el concierto en el Guggenheim de Nueva York por su 90 cumpleaños, en un ejercicio de virtuosismo al alcance de muy pocos. Ese fue su bis, todo un alarde.

“Es el ‘Nocturno para la mano izquierda’ de Scriabin, una composición compleja”, comenta Emma Jiménez, esposa de uno de los más grandes pianistas que ha producido la música española. “Es una pieza que siempre piden y es famoso que nadie la interpreta como él, eso dicen”, añade esta mujer que, además de ser pareja del artista durante 62 años y ser una magnífica cocinera ( según él), es también un reconocido pianista.

Vestido todo de negro, recibe un ramo de flores, grita de bravo, con toda la sala de pie y devuelve el cariño a los espectadores. Noventa años y tan fresco. Sus manos mantienen su vigor y un movimiento vertiginoso.

“Es una época en la que descubres que las escaleras pueden poner en peligro la vida. Le doy un dicho, cuando subes o bajas las escaleras es cuando realmente te enteras de tu edad”, recita sonriente en una conversación un rato antes del concierto. No cumple 90 años hasta el 1 de noviembre, por lo que en Bilbao tendrá otra celebración dos días después de esa fecha, en la sede del Guggenheim de su ciudad natal, donde celebrará su cumpleaños y el 25 aniversario de la institución. Achúcarro también hizo entonces un concierto inaugural.

Un viaje tan largo para volúmenes de memorias. “Recuerdo mi debut en Barcelona, ​​cinco días antes de casarme. Fue con Eduardo Toldrà, tocando la Rapsodia de Paganini en el Palau de la Música”, explica. Recuerda a otros amigos, Xaiver Montsalvatge, Frederic Montpou, Alicia Larrocha.

Cuenta que, en una ocasión, Montpou invitó a Alicia, a él ya otra persona a escuchar el preludio que había compuesto, quería saber cómo les sonaba. Él “se sentó al piano y sus manos temblaban. Estaría nervioso por saber qué dijimos o si le iba a salir bien”, confiesa.

¿Te tiemblan las manos? “No las manos, pero adentro, vamos. Es inevitable estar nervioso y asustado antes de subir al escenario, ahora también, eso sí, claro, no se va con la edad. Al revés, es peor. Uno nunca sabe lo que va a hacer, a ver qué sale esta noche”, dice.

En la charla evita hacer distinciones al estilo estadounidense sobre quién es el mejor de los compositores. “No hablemos del número uno”, subraya. “Mi satisfacción personal es con lo que voy a hacer en este concierto, que son obras en las que he trabajado mucho y me gustan mucho y espero que a los que vengan les guste”, agregó.

Ante la entrega del público, la noche se ilumina con el sonido de su piano, en el que toman forma gracias a sus manos Johannes Brahms, Frédéric Chopin. Claude Debussy, Manuel de Falla, Enrique Granados e Isaac Albéniz.

En la platea hay algunos de sus alumnos de Estados Unidos, donde ha enseñado su arte. Durante 33 años ha enseñado en la Universidad Metodista del Sur en Dallas. Pero no por ello ha dejado de viajar incesantemente. “Cinco millones de millas para ir y volver”, bromea.

“Lo que pasa es que ahora con aviones que vuelan a 800 o 900 kilómetros por hora se pueden hacer cosas que parecían improbables”, dice. Este es otro mundo. “La primera vez que jugué en Oviedo salí de Bilbao a las 7:30 de la mañana y llegué a las diez y media de la noche. Esto fue hace bastantes años, ¿verdad? ”, evoca.

A los trece años actuó en la celebración del cincuentenario de la Filarmónica de Bilbao, en la que interpretó el concierto en re menor de Mozart, que su tío abuelo, Javier Arisqueta, había interpretado el día inaugural medio siglo antes.

Así que lo del piano viene de familia. Asegura que su padre la tocaba muy bien, “de niño me dormía escuchando mazurcas de Chopin, rapsodias de Brahms y quién sabe cuántas cosas más”.

A pesar de esta temprana actuación, tuvo que convencer a la familia, ya que preferían un ingeniero industrial, un médico, un abogado o un economista. “Hice una especie de apuesta con mi padre”, comenta. Un año de prueba, endureciéndose en sus estudios musicales. Terminó su carrera pianística, ganó premios en España y en el extranjero. Vivió en París, en Italia, en Viena y ganó el concurso de Liverpool, “estudió 48 semanas”, debutó en Londres y “ahí empezó todo”. Lo tiene claro: “Gané la apuesta”.

Haciendo balance, sostiene que todo se basa en “trabajar día a día, y pase lo que pase, con tormenta, con sol, con lluvia, con viento, pero hay un teclado y detrás de ese teclado te está mirando Mozart, por ejemplo, o Chopin te está mirando, o Brahms, o Bethoven”. Y por duro que sea, “sería una lástima” imaginar un mundo sin pianos.

“En lo personal lo mejor que me ha pasado es fácil, llevo 62 años casado con Emma Jiménez”, subraya. “En la música ha habido momentos. Yehudi Menuhin bajando del podio con la Filarmónica de Berlín para decirme qué hermosa cadencia había compuesto para el concierto de Mozart que tocábamos”, relata.

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“Mientras pueda seguir y me llamen, iré a jugar, lo mejor que pueda”, insiste. “¿Nostalgia por el tiempo pasado? ¿Y cuál es el uso? No, no es nostalgia, es ver lo que ha ido pasando y hoy, esta noche, es el resultado de todo lo que ha pasado antes”, reafirma. No retirarse: “Esto no es una despedida, ya vendrá, esto es solo por 90 años”.

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